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Esta é a vida eterna: que te conheçam, o único Elohim verdadeiro, e a Yeshua o Messias, a quem enviaste. JOÃO 17:3
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infierno

infierno

El concepto popular acerca del infierno es el de un lugar de castigo pa “las almas inmortales” de los inicuos inmediatamente despues de la muerte, o el lugar de tormento para aquellos que sean rechazados en el juicio. Nuestra convicción es que la Biblia enseña que el infierno es el sepulcro a donde van todos los hombres cuando mueren.
Etimológicamente, la palabra original hebrea “sheol” traducida como infierno significa “un lugar cubierto”. Infierno es la versión castellanizada de la palabra latina “Infernus” que significa “lo que yace debajo”, “la región inferior”; de modo que cuando leemos acerca del “infierno” no estamos leyendo una palabra que haya sido traducida correctamente. Bíblicamente este “lugar cubierto” o “infierno” es el sepulcro. Los traductores de la versión Reina-Valera, revisión de 1960, vertieron la palabra hebrea “sheol” como sepulcro en Eclesiastés 9:10 y Cantares 8:6. En todos los otros casos donde aparece, la transliteraron como “Seol”. En verdad algunas versiones modernas de la Biblia casi no usan la palabra “Infierno”, traduciéndola más apropiadamente como “Sepulcro” o transliterándola. Unos pocos ejemplos de donde aparece esta palabra “Seol” deberían echar por tierra el concepto popular del infierno como un lugar de fuego y tormento para los inicuos.
– “Los impíos… estén mudos en el Seol” (Salmos 31:17).- No estarán dando alaridos de dolor.
– “Dios redimirá mi vida del poder del Seol” (Salmos 49:15).- Es decir, el alma o cuerpo resucitaran del sepulcro, o “infierno”.
La creencia de que el infierno es un lugar de castigo para los inicuos, del cual no pueden escapar, simplemente no se puede armonizar con esto; Un hombre justo puede ir al infierno (el sepulcro) y volver a salir. Oseas 13:14 confirma esto: “De la mano del Seol los redimiré [al pueblo de Dios], los librare de la muerte”. Esto se cita en 1 Corintios 15:55 y se aplica a la resurrección cuando venga Cristo. Asimismo, en la visión de la segunda resurrección “la muerte y el Hades entregaron los muertos que habían en ellos” (Ap. 20:13). Note el paralelo entre la muerte, es decir el sepulcro, y el Hades (véase también Salmos 6:5).
Las palabras de Ana en 1 de Samuel 2:6 son muy claras; “Jehová mata, y el da la vida [por medio de la resurrección]; él hace descender al Seol, y hace subir”.
En esta vista de que el “infierno” es el sepulcro, se ha de esperar que los justos serán salvos de el por medio de su resurrección a vida eterna. De modo que es completamente posible entrar al “infierno” o sepulcro, y después salir de el por medio de la resurrección. El ejemplo supremo es el de Jesús, cuya “alma fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción” (Hechos 2:31) porque resucito. Note el paralelo entre el “alma” de Cristo y su “carne” o cuerpo. Que su cuerpo “no fue dejado en el Hades” implica que estuvo allí por un periodo de tiempo, es decir los tres días en que su cuerpo estuvo en el sepulcro. Que Cristo fue al “infierno” (Hades) debería ser prueba suficiente de que ese no es un lugar a donde van solamente los inicuos.
Tanto personas buenas como malas van al “infierno”, es decir, al sepulcro. Referente a Jesús, “se dispuso con los impíos su sepultura” (Isaías 53:9). En relación con esto, hay otros ejemplos de hombres justos que fueron al infierno, es decir, al sepulcro. Jacob dijo que el bajaría “enlutado… hasta el Seol [“infierno” o sepulcro]” por su hijo José (Génesis 37:35).
Uno de los principios de Dios es que el castigo es la muerte (Romanos 6:23; 8:13: Santiago 1:15). Ya hemos mostrado que la muerte es un estado de completa inconsciencia. El pecado produce una total destrucción, no un tormento eterno (Mateo 21:41; 22:7; Marcos 12:9; Santiago 4:12), tan ciertamente como la gente que fue destruida por el diluvio (Lucas 17:27,29), y como los israelitas que murieron en el desierto (1 Corintios 10:10). En estas dos ocasiones los pecadores murieron, en vez de ser atormentados eternamente. Por lo tanto, es imposible que los inicuos sean castigados con una eternidad de consciente tormento y sufrimiento.
También hemos visto que Dios no nos culpa de pecado – no lo anota en nuestro historial- si no conocemos su palabra (Romanos 5:13). Aquellos que están en esta situación permanecerán muertos. Aquellos que han conocido los requerimientos de Dios resucitaran y serán juzgados al regreso de Cristo. Si son inicuos, el castigo que recibirán será la muerte, porque este es el juicio por el pecado. Por lo tanto, después de comparecer ante el tribunal de Cristo, serán castigados y entonces volverán a morir para permanecer muertos para siempre. Esta será “la segunda muerte”, que se menciona en Apocalipsis 2:11; 20:6. Estas personas habrán muerto una vez, una muerte de total inconciencia. Resucitaran y serán juzgados al regreso de Cristo, y entonces castigados con una segunda muerte que, al igual que su primera muerte, será de total inconsciencia. Esta durara para siempre.
Es en este sentido que el castigo del pecado es “eterno”, en que no habrá fin para su muerte. Permanecer muerto para siempre es un castigo eterno. Un ejemplo del uso que hace la Biblia de esta clase de expresión se halla en Deuteronomio 11:4. Aquí se describe las destrucción del ejercito del Faraón en el Mar Rojo como una destrucción eterna en el sentido de que este ejercito literal nunca más volvió a afligir a Israel: “Precipito las aguas del Mar Rojo sobre ellos… Jehová los destruyo hasta hoy”.
Una de las parábolas acerca del regreso de Cristo y del juicio habla de que los inicuos serán matados en su presencia (Lucas 19:27). Esto difícilmente concuerda con la idea de que los inicuos existen para siempre en un estado consiente, torturados constantemente. En todo caso, este sería un castigo un tanto irrazonable: tortura eterna por acciones cometidas en 70 años de vida. Dios no se complace en castigar a los inicuos: por lo tanto, se ha de esperar que no afligirá castigo sobre ellos por la eternidad (Ezequiel 18: 23,32; 33:11 compárese con 2 Pedro 3:9).
La cristiandad apostata a menudo relaciona el “infierno” con la idea de fuego y tormento. Esto presenta un marcado contraste con la enseñanza bíblica acerca del infierno (el sepulcro). “Como a rebaños que son conducidos al Seol [infierno], la muerte los pastoreara” (Salmos 49:19), implica que el sepulcro es un lugar de pacifico olvido. A pesar de que el alma, o cuerpo de Cristo estuvo en el infierno durante tres días, no sufrió corrupción (Hechos 2:31). Esto habría sido imposible si el infierno fuera un lugar de fuego. Ezequiel 32:26-30 presenta una descripción de los poderosos guerreros de las naciones alrededor, yaciendo en paz en sus sepulcros: “Los fuertes… que cayeron, los cuales descendieron al Seol con sus armas de guerra, y sus espadas puesta debajo de sus cabezas… ellos yacerán… con los que descienden al “sepulcro”. Esto se refiere a la costumbre de enterrar a los guerreros con sus armas, y con la cabeza descansando sobre su espalda. No obstante, esta es una descripción del “infierno” (el sepulcro). Estos hombres poderosos que aun yacen en el infierno (es decir, en sus sepulcros), difícilmente sirven de apoyo a la idea de que el infierno es un lugar de fuego. Las cosas físicas (por ejemplo, las espadas) van al mismo “infierno” que va la gente, mostrando que el infierno no es un escenario de tormento espiritual. Pedro le dijo a un hombre inicuo: “Tu dinero perezca contigo” (Hechos 8:20).
El relato de la experiencia de Jonás también contradice esto. Habiendo sido tragado por un enorme pez, “entonces oro Jonás a Jehová su Dios desde el vientre del pez, y dijo: Invoque… a Jehová… desde el seno del Seol clame” (Jonás 2:1,2). Esto hace un paralelo entre “el seno del Seol” y el vientre de la ballena. El vientre de la ballena era ciertamente un “lugar cubierto”, el cual es el significado básico de la palabra “sheol”, la que se ha transliterado como “Seol”. Obviamente, no era un lugar de fuego, y Jonás salió del “seno del Seol” cuando la ballena lo echo fuera. Esto apuntaba hacia la resurrección de Cristo del “infierno” o sepulcro (véase Mateo 12:40).
FUEGO FIGURATIVO
Sin embargo, la Biblia usa frecuentemente la imagen de fuego eterno para representar la ira de Dios ante el pecado, lo que producirá la destrucción total del pecador en el sepulcro. Sodoma fue castigada con el “fuego eterno” (Judas 7), es decir, fue totalmente destruida debido a la iniquidad de los habitantes. Hoy en día esa ciudad está en ruinas, sumergida bajo las aguas del Mar Muerto; de ninguna manera se halla actualmente en llamas, lo que es necesario si hemos de entender la expresión “fuego eterno” literalmente. Asimismo Jerusalén fue amenazada con el fuego eterno de la ira de Dios debido a los pecados de Israel: “Yo hare descender fuego en sus puertas, y consumirá los palacios de Jerusalén, y no se apagara” (Jeremías 17:27). Como Jerusalén era la capital profetizada del futuro reino (Isaías 2:2-4; Salmos 48:2), Dios nos quiso decir que leyéramos esto literalmente. Las grandes casas de Jerusalén fueron consumidas por el fuego (2 Romanos 25:9), pero ese fuego no continuo eternamente. El fuego representa la ira y castigo de Dios contra el pecado, pero esta ira no es eterna (Jeremías 3:12). El fuego convierte en polvo todo lo que quema, y sabemos que el salario final del pecado es muerte, un regreso al polvo. Esto quizás es porque el fuego es usado como una figura del castigo por el pecado.
En forma similar, Dios castigo a la tierra de Idumea con fuego que “no se apagara de noche ni de día, perpetuamente subirá su humo; de generación en generación será asolada… la lechuza y el cuervo moraran en ella… en sus alcázares crecerán espinos” (Isaías 34: 9-15). En vista de que animales y plantas habían de existir en la arruinada tierra de Idumea, la expresión “fuego eterno” debe referirse a la ira de Dios y a su total destrucción del lugar, más bien que tomarla literalmente.
Las frases hebrea y griega que se traducen “para siempre”, significan estrictamente “por la era”. Algunas veces esto se refiere al infierno literal, por ejemplo la era del reino, pero no siempre. Isaías 32:14,15 es un ejemplo: “las torres y fortalezas se volverán cuevas para siempre… hasta que sobre nosotros sea derramado el Espíritu”. Esta es la manera de entender la “eternidad” del “fuego eterno”.
Una y otra vez la ira de Dios por los pecado de Jerusalén e Israel se compara con el fuego: “He aquí que mi furor y mi ira se derramaran sobre este lugar [Jerusalén]… se encenderán, y no se apagaran” (Jeremías 7:20; otros ejemplos incluyen Lamentaciones 4:11 y 2 Romanos 22:17).
El fuego se relaciona también con el juicio de Dios contra el pecado, especialmente al regreso de Cristo: “Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasara” (Malaquías 4:1). Cuando la estopa, o incluso el cuerpo humano, se consumen por el fuego, regresa al polvo. Es imposible que cualquier sustancia, especialmente la carne humana literalmente se esté quemando para siempre. Por lo tanto, la expresión “fuego eterno” no puede referirse al tormento eterno literal. Un fuego no puede durar para siempre si no hay nada que quemar. Debe notarse que el “Hades” (infierno) es lanzado en el “lago de fuego” (Apocalipsis 20:14). Esto indica que el “infierno” no es lo mismo que “el lago de fuego”, pues este representa la destrucción completa. En la manera simbólica del libro del Apocalipsis se nos está diciendo que el sepulcro ha de ser totalmente destruido porque al final del milenio no habrá más muerte.
GEHENA
En el nuevo testamento hay dos palabras griegas que se han traducido como “infierno”. “Hades” es el equivalente de la palabra hebrea “Sheol”, que ya hemos tratado anteriormente. “Gehenna” es el nombre del depósito de basura que estaba en las afueras de Jerusalén, donde eran quemados los desperdicios de la ciudad. Tales depósitos de basura son típicos en muchas ciudades en desarrollo hoy en día (por ejemplo, la “Montaña Ahumada” en las afueras de Manila en las Filipinas). Como nombre propio, es decir, el nombre de un lugar real, debería haberse dejado como Gehenna, sin traducirlo, en vez de verterlo como “infierno”. Gehena es el equivalente arameo del hebreo “Ge-ben-Hinnon” (Valle del hijo de Hinnon). Este estaba ubicado cerca de Jerusalén (Josué 15:8), y en los días de Cristo era el vertedero de la ciudad. Los cadáveres de los criminales eran arrojados a las llamas que allí estaban siempre ardiendo, de manera que Gehenna llego a ser símbolo de total destrucción y rechazo.
Nuevamente se tiene que hacer hincapié en lo que se lanzaba a estas llamas no permanecía allí para siempre: los cuerpos se descomponían en polvo. “Nuestro Dios es fuego consumidor” (Hechos 12:29) en el día del juicio: el fuego de su ira ante el pecado consumirá a los pecadores hasta la destrucción, más bien que dejarlos en un estado en que sean quemados continuamente mientras sigan viviendo. En el tiempo de los juicios previos de Dios sobre su pueblo Israel a manos de los babilónicos, el Gehenna se llenó de cadáveres de los pecadores que había en el pueblo de Dios (Jeremías 7:32,33).
En su magistral manera, el Señor Jesús junto todas estas ideas del Antiguo Testamento en su uso de la palabra “Gehenna”. A menudo dijo que aquellos que fueran rechazados en el tribunal a su regreso, irían al “infierno [Gehenna], al fuego que no puede ser apagado, donde el gusano de ellos no muere” (Marcos 9:43,44). La palabra Gehenna habría evocado en la mente de los judíos las ideas de rechazo y destrucción del cuerpo, y hemos visto que el fuego eterno es un modismo que representa la ira de Dios contra el pecado, y la destrucción eterna de los pecadores por medio de la muerte.
La referencia a “donde el gusano de ellos no muere”, es evidentemente parte de este mismo modismo acerca de la destrucción total (es inconcebible que pueda haber gusanos literales que nunca mueren). El hecho de que Gehenna fue la ubicación de previos castigos para los inicuos que había entre el pueblo de Dios, muestra también lo apto del uso que hizo Cristo de este símbolo de Gehenna.

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