Esta é a vida eterna: que te conheçam, o único Elohim verdadeiro, e a Yeshua o Messias, a quem enviaste. JOÃO 17:3
¿EL DÍA DEL SEÑOR O EL SÁBADO DEL SEÑOR? UNA RESPUESTA A IGNACIO DE ANTIOQUÍA
¿EL DÍA DEL SEÑOR O EL SÁBADO DEL SEÑOR? UNA RESPUESTA A IGNACIO DE ANTIOQUÍA (Primera parte)
Por Rafael Montesinos
Ignacio de Antioquía escribió a los Magnesios que los cristianos “ya no observan el sábado, sino que viven según el día del Señor, en el cual también nuestra vida resucitó por Él y por su muerte” (Ignacio de Antioquía, A los Magnesios 9). Estas palabras, redactadas alrededor del año 110 d.C., reflejan una práctica que comenzaba a surgir en la Iglesia postapostólica: sustituir el sábado instituido por Dios en la creación (Génesis 2:2–3; Éxodo 20:8–11) por el primer día de la semana como nuevo distintivo de identidad cristiana. Ignacio considera que el sábado pertenece al orden antiguo y que ahora la fe se expresa en torno al domingo como símbolo de la resurrección.
El problema es que Jesús mismo había advertido que “ni una iota ni una tilde pasará de la ley hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:18). Cristo nunca autorizó cambiar el mandamiento del sábado. En toda la Escritura, el “día del Señor” se refiere al sábado como día apartado por Yahweh (Isaías 58:13; Ezequiel 20:12, 20) o al día escatológico del juicio, pero jamás al domingo. Lo que aparece en Ignacio no es un mandato apostólico, sino un testimonio temprano de la presión que enfrentaban los cristianos para diferenciarse del judaísmo. Después de la rebelión del 70 d.C. y más tarde la de Bar Kojba, los judíos eran vistos por Roma como agitadores peligrosos. Abandonar el sábado ayudaba a los cristianos gentiles a distanciarse de ellos. Así lo documenta Samuele Bacchiocchi, quien demuestra que la transición del sábado al domingo tuvo motivaciones sociales y políticas más que bíblicas (Samuele Bacchiocchi, From Sabbath to Sunday: A Historical Investigation of the Rise of Sunday Observance in Early Christianity [Rome: Pontifical Gregorian University Press, 1977], 65–120).
Además, el argumento teológico de Ignacio es innecesario, porque la iglesia apostólica ya tenía un rito divinamente instituido para conmemorar la resurrección de Cristo: el bautismo. Pablo lo declara en Romanos 6:3–4: “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que, como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva”. El bautismo es el memorial de la muerte, sepultura y resurrección de Cristo. La iglesia no necesitaba inventar un nuevo día para recordar la resurrección, porque Dios ya había provisto el símbolo perfecto en este sacramento.
Los Hechos de los Apóstoles muestran con claridad que Pablo y los cristianos del primer siglo continuaban observando el sábado (Hechos 13:42, 44; 16:13; 17:2; 18:4). El domingo no aparece en ninguna parte como día de reposo ordenado por Dios. Su exaltación se debe a un proceso humano, postapostólico, nacido de la necesidad de acomodarse al entorno cultural y político del Imperio Romano.
En conclusión, Ignacio de Antioquía refleja una desviación temprana respecto a la enseñanza de Cristo y de los apóstoles. Jesús afirmó que la Ley de Dios no podía ser cambiada, y el Nuevo Testamento señala al bautismo, no a un día semanal, como memorial de la resurrección. Por tanto, el sábado continúa siendo el único día santificado por Dios y el verdadero “día del Señor”, mientras que el domingo como reposo constituye una institución humana, no divina.
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¿EL DÍA DEL SEÑOR O EL SÁBADO?: UNA RESPUESTA A LOS PADRES DE LA IGLESIA (Segunda parte)
Por Rafael Montesinos
Ignacio de Antioquía y la práctica emergente
Los defensores del domingo como día de reposo citan con frecuencia a Ignacio de Antioquía como uno de los primeros en mencionar el primer día de la semana como “día del Señor” en su carta a los Magnesios. Allí afirma que los cristianos ya no guardan el sábado, sino que viven según el día del Señor, asociándolo con la resurrección. Este testimonio, escrito hacia el año 110 d.C., no es un mandato de Cristo ni de los apóstoles, sino una descripción de una práctica emergente. De hecho, Jesús mismo había enseñado que “ni una iota ni una tilde pasará de la ley hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:18). Nada en su enseñanza autorizó el cambio del sábado al domingo.¹
Ignacio de Antioquía, en la forma más antigua de Magnesios 9:1, no emite un mandato expreso de sustituir el sábado por el domingo. El texto de la recensión corta es compatible con una exhortación a vivir de acuerdo con la vida del Señor, no con una directriz litúrgica que ordene abandonar el sábado. Las interpolaciones de la recensión larga reflejan la evolución de prácticas posteriores, no necesariamente la enseñanza original del obispo de Antioquía.
Barnabás y el “octavo día”
Un escrito cristiano temprano, conocido como la Epístola de Barnabás, espiritualiza el sábado del cuarto mandamiento. En el capítulo 15 afirma que Dios ha preparado para su pueblo un descanso futuro, y añade: “Por esto también nosotros guardamos el octavo día con gozo, el día en que Jesús resucitó de entre los muertos” (Barn. 15:8–9).² Esta referencia muestra que, ya a fines del siglo I o principios del II, algunos cristianos celebraban el “octavo día” como recuerdo de la resurrección. Sin embargo, igual que Justino, Barnabás no cita ningún mandamiento bíblico que ordene cambiar el sábado al domingo; simplemente describe una práctica existente con un fundamento alegórico. Además, a diferencia de Ignacio, el texto de Barnabás no presenta recensiones largas y cortas: el pasaje del “octavo día” está sólidamente atestiguado en todos los manuscritos.
Justino Mártir y la defensa apologética del domingo
Años más tarde, Justino Mártir defendió la práctica dominical frente al judío Trifón. En su Diálogo (23, 47) y en la Primera Apología (67), Justino justificó el domingo por razones alegóricas y apologéticas: porque Cristo resucitó ese día, porque fue el día de la creación y porque los cristianos se reunían entonces. Pero nunca cita un mandamiento bíblico que autorice el cambio.³ Más bien, reconoce que los cristianos habían dejado el sábado para diferenciarse de los judíos.
En los escritos de Justino Mártir los pasajes mencionados son parte estable de la tradición manuscrita. Allí Justino explica por qué los cristianos se reúnen en domingo, pero lo hace en clave alegórica/apologética y no apela a un mandamiento bíblico. De hecho, reconoce que los cristianos dejaron el sábado para diferenciarse de los judíos.
Tertuliano y la autoridad de la tradición
En De Corona 3 Tertuliano no está hablando del domingo ni del cambio del sábado, sino del caso de un soldado cristiano que rehusó ponerse la corona. Aprovecha ese incidente para enumerar varias costumbres cristianas sin mandato bíblico —signarse, ayunar ciertos días, celebrar aniversarios, etc.— y hacer la famosa afirmación: “Estas prácticas se apoyan en la tradición, no en la Escritura; pero recibidas por costumbre se defienden como de institución apostólica” (non de Scriptura sed de traditione … traditio autem consuetudo confirmata).⁴
Esto es un principio general. Tertuliano está diciendo que hay cosas que los cristianos hacen porque así lo han recibido por costumbre, no porque las mande la Biblia. Entre esas cosas no menciona expresamente el domingo. Sin embargo, su comentario sirve como ventana para entender el marco mental de la época: hacia finales del siglo II ya había prácticas asentadas —como reunirse en domingo— que no se apoyaban en un mandato bíblico sino en la costumbre eclesiástica que se presentaba como “institución apostólica”.
De ahí que muchos historiadores citan De Corona 3 no como prueba de que Tertuliano habló del domingo, sino como prueba de que él mismo reconocía que algunas prácticas cristianas carecían de base escritural y se defendían por tradición. Esto encaja con lo que sabemos del domingo: era costumbre ampliamente difundida y justificada apologéticamente, pero sin un mandamiento bíblico explícito.
La Iglesia y la autoridad propia
La Iglesia Católica, en siglos posteriores, afirmó con toda claridad que fue la Iglesia misma la que transfirió la solemnidad del sábado al domingo. El Catecismo Romano, publicado tras el Concilio de Trento, enseña que la Iglesia cambió el día de reposo con autoridad propia, mostrando que la base del domingo no es la Escritura sino la institución eclesiástica.⁵
Los reformadores y la práctica dominical
Los reformadores protestantes eliminaron muchas tradiciones heredadas del catolicismo, pero mantuvieron el domingo. Martín Lutero y Juan Calvino reconocieron abiertamente que el domingo no estaba mandado por la Escritura, sino que era una ordenanza humana aceptada para la buena marcha de la iglesia y el orden social. Lutero, por ejemplo, afirma en su Gran Catecismo que el domingo no es más sagrado que cualquier otro día por mandamiento divino, sino que se observa “por necesidad y conveniencia” para que el pueblo tenga tiempo de escuchar la Palabra y reunirse. Calvino, en su Institución, explica que la observancia de un día en concreto es un asunto de orden eclesiástico y no un mandato perpetuo.⁶
Los puritanos ingleses del siglo XVII fueron más allá. Al llegar a Nueva Inglaterra desarrollaron la idea del “sabbat” dominical, defendiendo el domingo como un nuevo sábado bíblico. Sin embargo, tal posición no se sostiene bíblicamente: el Nuevo Testamento no ordena trasladar el cuarto mandamiento al primer día de la semana. Fue un esfuerzo de fundamentar con texto bíblico lo que era, en realidad, una costumbre heredada.
Conclusión
Tanto católicos como protestantes apelan a Ignacio, Barnabás, Justino, Tertuliano y otros padres de la Iglesia para sostener la observancia del domingo, porque en la Biblia no existe fundamento alguno. Desde Ireneo, Clemente de Alejandría, Orígenes, Eusebio y hasta Agustín, los Padres usaron el “octavo día” como símbolo de la resurrección, de la nueva creación y de la vida eterna, para dotar de sentido espiritual al primer día de la semana. Sin embargo, ninguno de ellos aporta evidencia escritural alguna que ordene un cambio del día de reposo; más bien, reflejan una costumbre adoptada posteriormente a la muerte de los apóstoles.
El apóstol Pablo mismo establece en Gálatas 3:15: “Hermanos, hablo en términos humanos: un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida ni le añade.” El primer día de la semana se instituyó luego de la muerte del Testador del nuevo pacto; por lo tanto no es parte íntegra del mismo. Cristo nunca lo mencionó y, por el contrario, se proclamó Señor del sábado (Marcos 2:28).
Esta evidencia bíblica y patrística muestra que el cambio del sábado al domingo no fue ordenado por la Palabra de Dios, sino que surgió como tradición humana tras la era apostólica. Tanto Daniel 7:25, cuando menciona que el cuerno pequeño trataría de canbiar los tiempos y la ley, así como el apóstol Pablo cuando habla sobre el hecho que ya estaba el misterio de la ἀνομία (anomía = transgresión de la ley) en 2 Tesalonisenses 2:7, nos profetizan el cambio del día de reposo que tomaría lugar.
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Notas
1. Ignacio de Antioquía, Epístola a los Magnesios 9, en Padres Apostólicos, ed. y trad. Bart D. Ehrman, Loeb Classical Library (Cambridge: Harvard University Press, 2003), 1:241–243.
2. Epístola de Barnabás 15:8–9, en The Apostolic Fathers: Greek Texts and English Translations, ed. Michael W. Holmes (Grand Rapids: Baker Academic, 2007), 407–409.
3. Justino Mártir, Diálogo con Trifón 23, 47; Primera Apología 67, en The Ante-Nicene Fathers, vol. 1, ed. Alexander Roberts y James Donaldson (Grand Rapids: Eerdmans, 1981), 199–218, 186.
4. Tertuliano, De Corona 3, en The Ante-Nicene Fathers, vol. 3, ed. Alexander Roberts y James Donaldson (Grand Rapids: Eerdmans, 1981), 94.
5. Catechismus ex Decreto Concilii Tridentini ad Parochos (Roma: 1566), Parte III, cap. 4; traducción castellana: Catecismo Romano (Madrid: BAC, 1956), 358–360.
6. Juan Calvino, Institución de la religión cristiana II, 8, 32–34; Martín Lutero, Tratado sobre los buenos trabajos (1520), en Obras de Martín Lutero (Buenos Aires: Paidós, 1967), 211–212